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domingo, 4 de marzo de 2018

A la hora de la brisa (8 de Marzo de 2018)

Y Dios creó con sutileza a la mujer
sin concurso de varón alguno,
porque quien posee la fuente de la vida
no precisa de modelos ni costillas.

Al terminar su obra, la contempló dormida
y le infundió con suma delicadeza
el aliento que alma la existencia
y ella comenzó a despertar a la luz.

Aquella primera noche la acompañó
a contemplar la luna y su influjo
en el mar, y así comenzaron a sentir
el suave mecimiento de las mareas.

La savia de las plantas se sentía correr
sin detenerse desde las raíces,
subiendo por el tronco hasta las ramas.
Entonces la mujer se abrazó al árbol de la vida

y sintió dichosa cómo le brotaba
un manantial rojo, ardiente,
volcánico desde dentro
y que se derramaba fecundando la tierra.

Dios se inundó de gozo al verla tan feliz,
se desnudó de quimeras, doctrinas y lastres,
y acarició a la mujer.
Ella le recibió y se sintió al fin plena,

le miró con ternura
y se dejó abrazar, descubriendo juntos
la humana sensación del éxtasis
en sus cuerpos transparentes.

La Divinidad lentamente se fue convirtiendo
en un seno profundo desde el que todo renacía,
una imparable crecida de pasión y dulzura.
Y escuchó cómo le susurraba la mujer al oído:

«No te alejes nunca más y vuelve a nuestro lecho
de suaves sábanas y sueños,
cúbreme de nuevo de flores,
de ardientes miradas, de besos».

Transformadas las dos al fin en diosas,
compartiendo paradisíacas confidencias,
pasearon radiantes por el jardín esa tarde
a la hora de la brisa.

Solo quien mira

Solo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora.
Solo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.


(Luis Cernuda)

En el principio...

En el principio,
cuando ni siquiera la nada existía,
se produjo un inmenso resplandor,
que dio origen al espacio y al tiempo.
Todavía continúa reflejado
su destello en mis pupilas,
su eco resuena en mi interior
y las brasas de su hoguera
mantienen encendida
la llama de mi corazón.

Solo palpitaba en su pecho un anhelo

Solo palpitaba en su pecho un anhelo:
aquel encuentro que siempre se demoraba.
Y, lentamente, se iba mimetizando
con su propia ansiedad,
sin deleitarse ni un instante
en el ardiente color de la pasión
que encendía a su alrededor la vida.

Reconozco desde muy adentro tu voz

Reconozco desde muy adentro tu voz,
cuando me llama incitante
para encontrarnos en nuestro rincón secreto,
desprovistos de anhelos y misterio.
Porque tu presencia palpita ardiente
en mis manos y atrae mis labios.
Al fin latente, profunda hasta el delirio.

Su única intención era pasar desapercibido

Su única intención era pasar desapercibido,
en sigilo, con suma discreción.
Así se fue difuminando, mermando,
ocultando…
Hasta que un día, comprobando inquieto
que no pasara nadie,
antes de doblar una esquina,
acabó, al fin, paso a paso por desaparecer.

En el desierto habitado de la vida

En el desierto habitado de la vida,
por el puro capricho del viento,
apareceré y desapareceré
dejando una leve,
pero nítida huella
sobre la arena del recuerdo.

Solo tuvo que asomarse

Solo tuvo que asomarse
al brocal de su mirada,
para contemplar el hontanar
que le brotaba por dentro.

Fue tan rápido y conmovedor

Fue tan rápido y conmovedor
como un estremecimiento fugaz en la noche.
Pero le delató la estela que ardió
durante unos breves instantes tras su paso.

Sé que un día resplandecerás

Sé que un día resplandecerás
y no habrá que esperar
a que cruces el umbral y su sima,
sino a que te abandones
en mis brazos, a mis besos,
y respires entrecortada
y sonrías satisfecha, plena,
en tu rapto y embeleso.

Luz de Oriente

Voy detrás de una luz que resplandece
en el cielo nocturno y estrellado.
Late mi corazón sobresaltado,
curioso, por saber lo que me ofrece.
La tierra está en silencio, solo crece
el ladrido del hambre, se ha quedado
sin voz el rio y blanco se ha apretado
el frío a mí.
La luz desaparece.
Dejé la puerta abierta al forastero,
ha quedado en la mesa pan reciente,
hay miel y vino y leche suficiente
para esta noche.
Soy un posadero
con triste porvenir. Yo solo espero
encontrar esa luz y que me oriente...
(Pilar Aranda)
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Oh, gota de rocío

Oh, gota de rocío,
que me contemplas
desde el borde
de la verde hoja y su abismo.
Tus destellos reflejan
y transparentan
el misterio de la vida,
del universo
que me envuelve,
me habita y respira en mí

Cuando se haya desvanecido

Cuando se haya desvanecido
la fragancia de la última rosa,
se perderá también el fulgor de la belleza
tras el impreciso horizonte y su niebla. 

Hace tanta falta la lluvia



Hace tanta falta la lluvia, 
al menos una llovizna
que descienda leve, persistente,
o un orvallo que vaya calando
hasta empapar de vida
y de luz la mirada
que traspasa el vaho en la ventana.
Necesitamos una tormenta infinita
que desprenda
tanta escara a flor de piel,
tanta polución inhalada,
tanto ardor apagado.
Es apremiante una gran precipitación,
que arrastre por las alcantarillas subterráneas
tanta infamia inoculada en las imágenes,
tanta violencia que circula por las venas,
tanto anhelo despreciado, insatisfecho.
Porque escasea la lluvia en la ciudad,
para que broten flores en el asfalto,
para calmar tanta sed insaciable,
para ahuyentar la soledad y el vacío
con la húmeda tempestad de los besos.
¡Hace tanta falta
que la lluvia desagüe por los canalones
el desamparo y haga germinar
el verde tallo del embeleso…!

Como mendigo

Como mendigo 
de un mínimo destello de luz,
anhelo el preciado fulgor
de una mirada.

Antes de extinguirse su mirada

Antes de extinguirse su mirada,
pudieron ver, nítida, en sus pupilas,
la imagen de un rostro de mujer
que se fue desvaneciendo,
adentrándose en él,
junto a su último suspiro.

El infierno despliega su manto

El infierno despliega su manto
ante la soledad infinita.
El vacío en la palma de mi mano.