Ella consiguió salvarse del naufragio
y del sinsentido de su existencia,
para entrar por la senda de las lágrimas
hacia la isla añorada de su propia identidad.
Al fin, liberada ya de culpas y obsesiones,
camina cada tarde por la orilla de su playa
y se deja abrazar trémula por los vientos,
se sienta absorta ante el horizonte azul,
donde ya no contempla más que luz,
la luz, la única luz…
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