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domingo, 14 de junio de 2015

Un punto único

Un punto único
hacia el cual dirigirme.
El origen de todo, aún
en su luminoso eclipse.

Fue permitiendo...

Fue permitiendo indolente
que la placenta del deseo
se fuera desvaneciendo
tras los sedimentos del delta,
de la desmemoria y su inercia.

La mirada sobre uno mismo

La mirada sobre uno mismo
lúcida, transparente,
se convierte
en polifónica, sanadora,
cuando se extiende cálida
en derredor,
hacia los múltiples
rostros de la vida.

Una gota de rocío

Una gota de rocío.
Y todo adquiere
transparencia
a su trasluz.

Acoger con gozo

Acoger con gozo lo sorprendente,
la oportunidad de nuevo concedida.
Preferir el don gratuito, esplendente,
la mano entrañable que te tiende la vida.

Cada experiencia es un fuego

Algunos fuegos arden la vida
y quien se acerca, se enciende
(Eduardo Galeano)
Cada experiencia es un fuego
que nos arde cauteloso, sosegado.
Dentro de ti, de mí,
crepita un mismo fuego
cuyas silentes llamas convocan
a una existencia encendida.
Pero también nos asolan
las gélidas flamas del desaliento,
que abrasan como hielo.
Cada día se alzan llamaradas
que se animan y apaciguan,
y tenaces procuran reavivar
de nuevo las brasas veladas
bajo las cenizas del anhelo perdido.
Contemplamos absortos el fuego,
tantos destellos de oscuridad y fulgor,
sus ráfagas intangibles en la noche…
La presencia como un fuego:
la hoguera del encuentro.
Ascuas de fuego en todo
lo que palpita y vive.
Nacidos en el centro de una hoguera
y urgidos por su resplandor,
así nos conduce la vida
a cada despunte del alba,
prendiéndonos, de fuego en fuego.

Quién hará...

¿Quién hará desaparecer este frío,
este anhelo insatisfecho?
¿Quién saciará de pasión mi pecho
el hueco en crecida, cauce, río?

La añoranza del mar

Cómo volver a despertar
la añoranza del mar,
de sus refulgentes reverberos
sobre el universo azul,
en un permanente viaje
hacia la profundidad
del océano personal,
para llegar a ser
en la alteridad
y, solo desde allí,
poder regresar.

Los helechos del tiempo

Los helechos de un tiempo marchito
te cubren, ocultan y protegen.
No, ya no es el mismo agua
la que se desliza hoy sobre tu piel.
Ni el mismo sol
que te deslumbró ayer.
Ni las caprichosas caricias
de esta hora, tan ausentes.
Has ido puliendo tus palabras,
postergando la sonrisa y la pasión.
Tus noches se vuelven eternas,
febriles, sin sueños, ni ardor.
Todo nace, todo crece en ti…
pero se demora entre las ramas
de un árbol abatido sobre tu manantial,
su corriente detenida, estancada.
Vives suspendida en los márgenes,
reviviendo primaveras, hojas marchitas,
anhelos insatisfechos, batallas perdidas.
Y aun así, entre la espesura de los días,
sigo aguardando que renazcas
de tus propias e inasequibles sombras.
Cuidando delicadamente
la frágil semilla de la esperanza.

Desiertos habitados

Las miradas se quedaron
convertidas en cenizas.
La mayoría han permanecido
pétreas, frías.
Pero algunas, todavía,
resisten candentes
–aisladas, persistentes–,
capaces de avivar
el ardor y sus brasas.
Por el aliento, la brisa,
el viento que brama
desde los desiertos habitados.

Dejarme acunar

Dejarme acunar por la levedad,
la gratuidad como don de la vida.
Dejarme entrañar por la soledad,
el dolor estremecido, tanta herida.