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lunes, 14 de abril de 2014

Vislumbre

Sentado en un duro banco 
del andén de la vida.
El tren llega,
abre sus puertas
y vomita decenas de pasajeros.
Un vislumbre –su mirada–
tras el cristal inasequible
de un vagón en marcha.

EL DURO CAMINO

Camina, no temas a la noche,
debes llegar, no desfallezcas.
que no te importe el frío,
ni la falta de luz, ni la ceguera.
Si tropiezas, ¡levanta!
Continúa marchando,
aunque el miedo te muerda
y el camino te haga
querer volver atrás,
persiste,
la dureza del tramo te da fuerza,
No te detengas, sigue adelante
Ya llegas al final.
Lo vas a conseguir.
Ahí mismo está la meta.
(Lola S. Platón)

jueves, 10 de abril de 2014

Noche de laberínticos vuelos de murciélagos

Mi amigo Quintín García, gran poeta con muchos premios a su espalda, ha ganado el primer premio de Peñaranda de Bracamonte, aquí os lo dejo, que lo disfrutéis.


XX PREMIO NACIONAL DE POESÍA.
Peñaranda de Bracamonte


 

noche de laberínticos
vuelos de murciélagos






Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
contra invisibles huestes.
La poesía

                                                                                  OCTAVIO PAZ

1   
 ¿De dónde cuelgo yo mis ojos vulnerados, estas casas vacías
que me habitan, el frío invierno de mis huesos y silencios? ¿De dónde
la herida soledumbre de mis noches siguiendo y siguiendo, una
hora tras otra, este laberíntico vuelo de murciélagos, el sordo
reptar de las serpientes? ¿Acaso de estos brazos ya muñones y baldíos? 
¿Del quicio de mi puerta removido por tantas tormentas y derrotas?
¿O de las diademas y tiaras que adornan las cabezas de los dioses al uso?


2
Colgaré -me dije- esta historia mía de hombre, desolada, de los hombros
patronales de tronos, dominaciones y potestades ( la Bestia, la Gran
Ballena Blanca, las Torres de Babel –torres KIO, torres Petronas, torres
Gemelas redivivas-, la Gloria de Bernini hipostasiada, el Mercado, las Patrias                                                                                                      
que me susurran paraísos a la carta: nuestros vigías salvarán tu nave.

O de la bífida lengua de la serpiente, siempre enhiesta y en ascuas,
siempre viva, que me ofrece en sus escaparates flambeados refulgentes
frutas prohibidas, adagios de violines de marfil, mientras subo la senda.

Quizás  te convenga colgarla –insistí- de los dulces augures (diosecillos
virtuales, el Gran Hermano catódico e icónico, la Wikipedia…), tan solícitos,
que te gritan desde el ágora: siempre que llueve escampa y ya verás
cómo mañana sale el sol.   

3                                  
Pero siguió lloviendo tanto, tanto, que cuando por fin escampaba
estaba ya calado hasta los huesos, a puntito de ahogarme, la cara
entumecida, amarga de cenizas la lengua y los andares, derrotado
(Laoconte dolido de serpientes). Y además había siempre alguien
que robaba el sol por muchos días y soltaba de la madriguera
del Averno a los cuatro jinetes –rojo, negro, verdeamarillo y blanco-
de El Apocalipsis aprovechando sin duda la complicidad obscena
y bastarda de la noche: mi boca solo acertaba a imitar, torpe,
en sorda bocina, el grito de El Grito de Munch: la ceguera
y el frío se me hicieron persistentes.
(En fin, tampoco allí había percha
donde asir mis soledades y cobijar estos ojos heridos de zozobras,
menesterosos de luz y paraísos: Creció mi sed)  

4
 Así que prescindí de los dulces augures, tan solícitos, y de los cantos
de sirena del Becerro de Oro y de los buitres –el Ángel Exterminador,
el filicida dios Cronos y sus devastaciones, la Gran Crisis deicida, Wall
Street- que día y noche me asaltaban con sus altavoces desde los altos,
turbadores cascabeles de La Farsa. Ya puestos me atreví incluso
a prescindir de mis castillos en el aire, tan carne de mi carne
aunque sin carne y huesos, fantasmas áureos que me han acompañado
desde la larga orilla de la infancia. Me quedé desnudo.
       (Alguien
me había borrado, inmisericorde, del número
de los 144.000 salvados, escritos en el Libro)

5                
Hasta de mis lamentaciones prescindí, a veces tan convincentes.
Y una vez purificado del exangüe fulgor de los líquenes
adheridos a mis pies, me puse, como Sísifo, a subir por mi cuenta la piedra
acodada a los ijares. Me puse a aprender que nunca se hace cumbre
sino con la muerte; que detrás de una cima viene otra, y otra, y otra; que
la piedra se cae; que la vida es sólo tener las manos llenas de tejer
día a día la choza de espadañas, la choza, ay, donde guarecernos
de la lluvia, la que hemos de dejar en herencia a los vientos
y a los hijos.
                        Aprender
que sólo nos corresponde un trocito de sol. Y de tierra –la justa
para asentar los pies-. Y de fuego.
        Y saber que es bastante. Por lo menos
hasta la partida final contra la muerte. (Solo nos examinarán
del dolor de las manos)

6      
Desde entonces  he perdido esa obsesión por encontrar perchas ajenas
donde colgar  mi ropa y mi condena. O quizás me he acostumbrado
a que sólo es posible esperanzarse en la sola andadura de mis pies. ¡Miento!:
hay calor y luz en las manos tendidas de cuantos menesterosos
arroja La Bestia contra los acantilados. Y de los ciegos y mudos
a los que el miedo arrancó los ojos y la boca y claman señales
para ascender la senda. Con ellos subiré la piedra. Y tejeré 
la choza de espadañas. Con ellos beberé del fuego y de la miel
que logremos robar a los salteadores. De ellos seré testigo, enmudecido
centinela en esta larga noche de huerto de los olivos, antihéroe
melancólico alimentado de las brumas inocentes de la Arcadia
o del núbil asteroide de El Principito.

7                
De ahora en adelante me pasaré las noches vigilando la oculta
andadura del sol, tan lenta, tan oscura, por esos mundos ignotos
que le ocultan hasta su exacta cita con el alba. No vaya a ser
que algún día alguien vuelva a robar el sol –tronos, dominaciones,
el Hongo nuclear, los Agujeros Negros, el Lehman Brothers-
y no haya luz con que lavarme y renacer, prístino, al flujo
verdadero de las cosas.
     Ni fuego en los abrazos de los náufragos
con que consolar esta carne dolida y fría, esta historia de hombre
tan crecida de soledumbres y de laberínticos
vuelos de murciélago.


                                                                       Quintín García

martes, 8 de abril de 2014

La espuma y sus olas

No existe puerto de llegada
cuando el embarque
es en la nave del olvido,
desde cubierta
solo se divisa el horizonte,
son la espuma y sus olas
la estela y el camino.
La brújula de la íntima velada
señala únicamente las heridas,
las marcas dolientes
por lo que se ha perdido,
pero oculto en la interior bodega,
un sinsonte canta y anhela alcanzar
la bahía del amor, su último destino.

Un antes y un después

Hubo un antes y un después
en mi existencia.
Allí, en el valle del silencio,
aprendí a escuchar el viento,
a sortear los hielos tenaces,
a vislumbrar mínimos resquicios
e intuir sutiles claridades.
Pero durante ese decisivo intervalo,
la linfa, el aliento, el sollozo
en mi nicho de larva
se transformó, al fin, en ninfa,
presagio de alas de mariposa.
Aún resuena el eco que marcó
un antes y un después en mi vida.
Todo fue
al filo de mis veinte años.

Me cautiva

Me cautiva el lento desvanecimiento
de la luz tras el crepúsculo encendido,
la leve penumbra de la incertidumbre,
la magnética caricia creciente,
el callado misterio de mi claustro interior,
la serena certidumbre de tu mano,
la presencia que en mí respira
y pervive pese a la sangre y la fragilidad.
Pero en este breve instante, nada
hay que me atraiga y seduzca más
que la dócil y embriagadora
fascinación por la palabra.

Herido de estupor y de ternura

No. No es por ausencia de sensibilidad,
ni por no aguzar el oído
hacia el cruel lamento en el océano turbulento
de la ignominia.
Ni siquiera por evitar que me zahieran
las imágenes virtuales, distantes,
tras las pantallas alucinógenas,
aislando asépticamente la lágrima y el hedor.
Sencillamente es que esta noche desapacible
he preferido abrigarme entre tus brazos,
para defenderme de la necrosis
de un mundo tan lastimado, vulnerable.
Asomándome deslumbrado ante la eclosión
de la rosa que asoma frágil en tu mismo centro,
hasta quedar sangrando de rocío,
herido de estupor y de ternura.

Nosotros

Una vez
y por breve tiempo
hace mucho tiempo
tu y yo
fuimos de pronto hasta muy adentro
Nosotros.
(José Emilio Pacheco)

Madrid destila sangre

En profunda solidaridad con las víctimas del 11-M
MADRID DESTILA SANGRE
La sangre corre a raudales por Atocha,
el Pozo obrero huele a sangre,
Madrid, por todas sus calles,
destila sangre.
El odio planea y pudre
el aire de la capital,
de toda España,
el odio de los que han sembrado
tanto dolor y muerte
en esta mañana siniestra.
De Madrid al cielo
han decidido enviar los asesinos,
como en una maldita broma macabra,
a centenares de ciudadanos:
trabajadores,
estudiantes,
inmigrantes,
mujeres embarazadas,
niños pisoteados...
desde los hierros humeantes
de unos vagones-infierno.
Maldita sea vuestra ideología,
malditas vuestras mochilas
cargadas de violencia y desgarros,
malditas vuestras manos
y vuestros guardianes,
vuestro dios asesino,
vuestra religión criminal,
ayer, hoy y siempre, malditos...
¡Basta ya de tanta muerte injusta!
Una nueva realidad
ha nacido esta mañana,
ya nada será igual,
os hemos barrido con las escobas
del desprecio.
Sois escoria al igual
que todos los que os acompañan,
y, como tal, desapareceréis,
sin dejar ni rastro en la historia.
Adiós, para siempre,
asesinos de vidas, ya sin futuro,
centinelas de tinieblas,
criminales de la luz
y la felicidad.
Pero aún nos queda
un gramo de esperanza.
Y a esa, nunca la alcanzará
vuestra dinamita,
ni vuestro odio mortal.

Fragilidad

Fragilidad como un entorno
vulnerable, inerme, leve.
Grácil vuelo, ineludible, exánime,
del retorno insondable.

Bosques de robles y castaños

Bosques de robles y castaños.
Piedra y mar. Misterio y manantiales.
Frontera del fin de la tierra.
ADN, memoria, raíz vital.

El fragante pan de la cotidianidad

El fragante pan de la cotidianidad.
Redondo o alargado, al fin, tierno.
Fruto de la semilla y del agitado mar corporal.
El maíz, el trigo, cosechado, repartido.

La mansa sensación de la costumbre

La mansa sensación de la costumbre
arrinconó la audacia del juego,
la confidencia íntima que recrea,
o la provocación al oído y sus desmanes.
Nunca hubo sutiles reproches,
ni sombras en los rincones de su estancia,
el vínculo jamás se convirtió en contrato,
ni las miradas en ausencias imperceptibles.
Pero la noche llegó con su manto de niebla,
los astros desaparecieron tras ella,
y la herida fue elevando pausadamente
el vuelo de la vida más allá del cristal.
No llegó a descifrar en plenitud
la íntima desmesura de su alma,
la perdurable agonía de su anhelo,
el súbito aleteo de su íntimo regocijo.

El mapa de la ausencia

Un trozo de tiza dibuja el mapa de la ausencia definitiva.
Un trazo firme, amplio, circular, que mantiene
el recuerdo de un universo hasta ayer familiar, reconocido.
Un círculo, en el extremo superior, remarca
los ojos atentos aún sobre su fruto, que se mantiene
sosegada en su presencia, junto a una sonrisa,
tan amplia y vital, necesaria para seguir respirando.
Los brazos que tantas veces la acogieron
y la elevaron a los aires caprichosos de la alegría,
se transforman ahora en dos líneas imperceptibles.
Pero la savia se hace presente, inunda, desde
la raíz de la memoria y entonces es cuando las manos
florecen, acarician, con sus dedos transformados
en pétalos fragantes, sedosos.
Al fin, concluida la obra más desoladora
y entrañable de nuestra más inhumana historia,
la pequeña contempla satisfecha la creación
que la había creado a ella, se descalza y
camina despacio, sin atreverse a pisar los contornos,
se tiende y ovilla, retornando de nuevo a la forma
de feto feliz que fue en el vientre de su madre,
con sus negros cabellos alborotados, almohada
y pañuelo para enjugar las lágrimas
ante tanta fragilidad y desamparo.
Antes de caer en el sueño inquieto y febril
–al que siempre retorna la bala perdida,
el polvo blanco de la huida,
el hambre en las entrañas de la miseria,
la penetración mortal del odio frente a la ternura–,
ha depositado dos minúsculas zapatillas
en el exterior del cuerpo virtual, anhelado, extirpado,
como si fuera un templo, tierra sagrada
o seno atrayente, cálido, hospitalario.
Nadie pudo llegar a medir la dimensión exacta
de la estela que dejó, en el universo de aquel patio,
su mirada distante, perdida, fugitiva. 

Los vasos que brindan

El vaso donde anidan los posos
de la vulnerable nocturnidad.
Los vasos que brindan y comparten
la estrecha senda de la amistad.

Camino del viento

Camino del viento, libertad.
Sendero de la noche, claridad.
Luna y aliento, levedad.
Sol, presentimiento, fragilidad.