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miércoles, 20 de marzo de 2013

Recuerda siempre estas palabras


Pero tú siempre acuérdate,
de lo que un día yo escribí

pensando en ti.

(José Agustín Goytisolo)

RECUERDA SIEMPRE ESTAS PALABRAS

Cuando hayas emprendido tu propia carrera
no vuelvas tu rostro hacia el pasado, porque 
más allá del horizonte te esperan inéditos paisajes.

Aunque la cuchilla del frío rasgue tu piel
y las lágrimas se deslicen hacia el viento,
sigue adelante: una cálida brisa está aguardándote.

En tu corazón hay un hueco donde
se depositan la amargura y el desamor,
que poco a poco se desvanecerán como la niebla.

Y no sucumbas al desaliento, porque
hay mil razones para ocupar la morada
inexpugnable de la esperanza.

Resguárdate en el cálido afecto de tus amigos;
ellos sabrán ser silencio sonoro, cercanía, 
presencia ardiente, palabra oportuna.

Recoge las redes de tu paz interior,
que sabrá acallar lo absurdo del dolor
hasta llegar a remontar de nuevo altos vuelos.

Y levemente, sin percibirlo apenas,
la sabiduría se irá haciendo un hueco 
sobre el perfil de la alegría en tu corazón.

Deja pasar la umbría implacable del odio
para que no te ciegue la visión, sino
que se convierta en estímulo, indignación y ternura.

Pues ya sabes bien que, individualmente,
nos mostramos vulnerables, pero unidos 
por un fraternal abrazo, somos invencibles. 

Tu suerte está echada en donde se quebrante
la dignidad más pisoteada; entonces tu palabra
se transformará en consuelo y tus manos forjarán deseos. 

Hoy te dirijo estos versos pero, en ellos, 
van impresos miles de rostros, irreconocibles,
desconocidos y, a la vez, tan íntimos como la sangre. 

Nadie está solo cuando se abre al fascinante
camino de la vida, por el que llegarás a descubrir
el asombro y la maravilla del desvelo y la caricia.

Recuerda siempre estas palabras,
que no están escritas para permanecer
sobre la albura del papel, sino en la profunda 
confluencia de nuestras miradas.

Me devora el hambre de tus manos

Me devora el hambre de tus manos,
no la noche fijada para saciar la ausencia,
sino la pasión que acecha en lo cotidiano.

Nada hay tan hermoso como la violencia
de tus labios libando el néctar del anhelo,
o mis caricias abriendo sendas en tu seno.

Me impregno de la belleza que pasa
cada día, como una cálida brisa, a mi lado,
para derramarla a raudales en tu cuerpo.

Estrellas, flores, miradas que me envuelven,
las invito a llover sobre tu vientre alado,
para que abrasen con su delirio este día yermo.

Nadie podrá sin ellas

No hay sombras que puedan sepultar
tal destello de luz en las entrañas y la memoria.

Sus miradas nos traspasan luminosas
desde las suaves o implacables olas de la mar,
y se alzan altivas sobre elevadas serranías.

Las hoces de los ríos perfilan amplias caderas
que horadan la dura piedra del lagar,
donde se escancia el vino nuevo de las rosas.

Se abrazan a los árboles frondosos
que ofrecen maduros, apetecibles frutos.

Las oquedades de la tierra son un cálido amparo
para quienes andan perdidos, sin rumbo fijo,
porque hasta allí conduce el eco de sus palabras.

Nadie podrá sin ellas vulnerar la noche macabra,
hasta contemplar el amanecer grávido de regocijo,
desde sus solícitas pupilas, su inmarcesible faro.

martes, 5 de marzo de 2013

Palabras

Han llegado de altos vuelos,
nocturnas, silenciosas,
impregnadas de tierra y de cielo,
sutiles, melodiosas.

Eran palabras de sentimiento,
eran palabras sin dueño,
eran palabras sin tiempo,
eran palabras de sueños.

Eran palabras y simiente,
eran palabras de sangre,
eran palabras ardientes,
eran palabras de hambre.

Eran palabras de miedo,
eran palabras de anhelos,
eran palabras de aliento,
eran palabras sin velos.

Eran palabras de amistad,
eran palabras de futuro,
eran palabras de ansiedad,
eran palabras sin muros.

Eran palabras, sólo palabras,
no sólo mías.
Aún siento su pálpito,
su cadencia, su armonía.

Pero antes de que se asienten,
sin culpa ni desazón,
en la memoria fría,
siento por dentro cómo me viven,
cómo se renuevan en el corazón.

Palabras vivas, compartidas.
Tuyas y mías.

Un sorprendente don cotidiano

He andado muchos caminos
he abierto muchas veredas…

(Antonio Machado)


Mi corazón ha transitado sin sosiego
por las sombras del abatimiento,
por los suburbios del desespero,
atravesando ríos de sangre y cieno.

Bajo las lágrimas colgantes de los sauces,
brotan sofocantes clamores silenciosos que,
como búhos nocturnos, suplicantes,
me dirigían una mirada anegada de agua y sal.

Permanecía ausente, indiferente,
anclado en un ayer sin horizonte,
observando inasequibles cumbres,
espacios ficticios, impasibles, radiantes.

Pero la tierra fecunda y doliente,
el hedor inmoral de las cloacas,
el pan mohoso en bocas sonrientes,
me condujeron hacia la esencia de la luz.

He andado a ciegas tanto tiempo,
que cada instante es ahora un fulgor
y sus destellos me han hecho recuperar
un corazón multiplicado.

Aunque entre la alegría y el dolor
exista un límite incierto,
un solo reflejo en el espejo del agua
presagia un sorprendente don cotidiano.

Soy deudor de mil afectos, y sé que
en mis manos palpita el misterio;
pues me acompañan las huellas indelebles
que han impreso en mí su herida luminosa.

Habito al fin confiado en este frágil universo,
sin pretensiones ni desvelos,
junto a la certeza ineludible de la espina
y la fragante esencia de la rosa.

No cierres las puertas de tu corazón

No cierres las puertas de tu corazón
a la claridad del nuevo día,
a la sorpresa de la melodía de una canción,
al delicado pétalo de la alegría.

No cierres las puertas de tu corazón
al recuerdo de la arena sobre tu cuerpo
al desierto, un pueblo, tu emoción,
a las manos que sanarán tanto desconcierto.

No cierres las puertas de tu corazón
a la amistad que no es flor de un día,
a la ternura que limpia la herida como una bendición,
al verde clamor de la esperanza y su utopía.

No cierres las puertas de tu corazón
al incierto camino y su admiración sorprendida,
a los pasos que lo recorren sin desazón,
al pan caliente del cariño sobre la mesa compartida.

No cierres las puertas de tu corazón
a la pregunta, a la duda, a la búsqueda incesante,
pues a la verdad no se la puede encerrar en ninguna prisión,
porque conquistar un espíritu libre es el horizonte más apasionante.

No cierres las puertas de tu corazón
a los muros que dividen, incomunican y abrasan,
a los cuerpos doloridos por la sinrazón,
a las lágrimas que tanto enseñan y amasan.

No cierres las puertas de tu corazón,
deja siempre abierto un resquicio, una hendidura,
para que penetre un rayo de luz, la enardecedora pasión,
una brecha por la que se deslice el amor y su finura.

No cierres las puertas de tu corazón,
no dejes que nada ni nadie las dé por concluidas,
lleva siempre a mano las llaves de la ilusión,
porque sólo así te manará desde dentro el manantial de la vida.

¿Qué fuiste a buscar?

¿Qué fuiste a buscar
entre las arenas del mar,
dime,
qué fuiste a buscar?

Quizá el sol más ardiente,
quizá enfrentarte a la soledad,
quizá las estrellas
estampadas en la noche,
quizá lo desconocido,
quizá la amistad.

¿Qué fuiste a buscar
entre las arenas del mar,
dime,
qué fuiste a buscar?

Quizá experiencias
y sentido,
quizá la bondad y la miseria
en su estado natural,
quizá un pueblo expulsado
de su tierra,
quizá inundar tu espíritu
de humanidad.

¿Qué fuiste a buscar
entre las arenas del mar,
dime,
qué fuiste a buscar?

Quizá la música callada,
quizá la aventura, el azar,
quizá la ternura, el grito
de los empobrecidos,
quizá la necesidad de llorar,
quizá la sed, la suciedad,
quizá un motivo para buscar
el pozo hondo, escondido,
la jaima abierta, circular,
donde se pueda, al fin, amar.

¿Qué fuiste a buscar
entre las arenas del mar,
dime,
qué fuiste a buscar?

Breve encuentro

Nada procede de la nada.

Las gemas brotan después que la savia
haya fecundado la invernal rama.

La incandescente estrella surgió
de extensas nubes moleculares.

Una mirada es la réplica apremiante
a la intangible señal de otra mirada.

El beso responde delicado o ardiente
al apremio de la ternura o el deseo.

La ola desplaza el ferviente anhelo
del mar por reposar sobre la playa.

Tu sutil, cotidiana presencia en mi vida,
es fruto de una ofrenda compartida.

Cuando mis días regresen al manantial,
se revelará el fulgor de nuestro
inicial, breve e indeleble encuentro.

Alegría

Me deslumbran las sonrisas
que llenan cada cara de la luna
brillando
de alegría.

Cada amanecer es nuevo,
como inicial es siempre
la alegría.

Me acompaña la brisa,
aún sin despojar del dolor
ni de la gris sombra que oculta
la alegría.

La alegría me inunda de paz,
me acompaña, serena,
la alegría.

Es la savia y la rosa,
la caricia y la miel,
la profunda experiencia interior,
la alegría.

Me miro en tus ojos
y camino hacia el horizonte,
línea tenue
de alegría.

Entrelazo en tus dedos
mi futuro salpicado
por leves gotas,
algunos gramos que colman
mi hambre infinita
de alegría.