Powered By Blogger

jueves, 24 de enero de 2013

Besos como labios

Besos como labios.
El recuerdo cortante como una espada,
desgajándome por dentro.

Una palabra y todo
volvió a su inicio,
suspiro, anhelos, silencio.

Solo como un animal herido,
cierro los ojos, acaricio sombras,
se alza el deseo:
tú entre mis brazos,
yo en tu centro.

Tu boca hambrienta,
tus dedos violentos,
las estrellas en mi cielo,
la lava desbordándose,
abrazando los abrazos idos,
y el vacío,
como un agujero negro,
me engulle dentro.

Fuego ardiente,
lumbre,
llama.

Viento que todo lo apaga.
ascuas bajo las cenizas,
paciente espera,
quizá
mañana.

¿Qué queda?

Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, 
sino ellos mismos. 
(César Vallejo)


¿Qué queda?

A través de esta densa niebla,
mis ojos traspasan la descarnada realidad
hasta llegar a palpar lo primordial,
la esencia que nos identifica
en el mar envolvente de la vida.

Por las sendas del desamparo
he contemplado suspendidos
en las ramas resecas de la impotencia,
jirones, harapos, lamentos
en el eco callado del silencio.

Y como alivio ante tanto desconsuelo
solo me quedan las manos abiertas,
el grito desolado,
la tibia mansedumbre,
la frágil esperanza arropada de abrazos.

Me pregunto para qué sirven
las palabras lanzadas al océano,
confiando que lleguen a algún destinatario,
si servirán de bálsamo y consuelo,
si lograrán que alguien eleve su mirada.

Detrás de quienes han sido arrebatados
por las sombras o el fulgor,
de su recuerdo vital, tangible,
detrás incluso de mí, ¿qué queda?
Ellos mismos en mí y yo en ellos.

Le doy gracias a la vida

Por depositar en mí
la semilla de la confianza,
dejándome conducir por la voz presentida,
le doy gracias a la vida.

Por el sentido del humor,
por las manos tendidas,
por la caricia sentida y su ardor,
le doy gracias a la vida.

Por la luz y su mañana,
por el corazón cordial, compartido,
por la sonrisa acogedora, cercana,
le doy gracias a la vida.

Por la mar en calma,
por sus olas embravecidas,
por la espuma depositada en mi alma,
le doy gracias a la vida.

Por el manantial de la amistad,
por su fuente clara, vertida,
por su frescura y su sinceridad,
le doy gracias a la vida.

Por la palabra libre, inspiradora,
por la pasión que me provoca y me cuida,
por alumbrar en mí su acción creadora,
le doy gracias a la vida.

Por la fértil tierra y sus frutos,
dolorido por sus lágrimas afligidas;
por el instante en que me dará cobijo,
le doy gracias a la vida.

Nuestra canción pausada

Estrellas en un firmamento oscuro.
Galaxias, constelaciones,
noche infinita.

Contemplación callada.
Nos separa un alto muro,
pero el corazón
vislumbra, acude a la cita.

Mientras, a lo lejos,
resuena nuestra canción,
pausada.

Un eco

Un eco que reconozco
me invita
a ocultarnos bajo
las sábanas del alma.

Una brisa te oculta.
Pasas.

Luna llena

Puro reflejo de la luz.
Sin falsas apariencias,
sin nostalgias, sin complejos.


Para elevar las mareas,
para suscitar sueños,
anhelos, besos.

En la noche apacible,
el silencio armonioso.
La soledad plena de nombres.

Luna llena.

Necesito tu mano

Necesito tu mano,
para descifrar lenguajes ignotos,
para dejarme cautivar por tu hechizo,
para poblar de imágenes mis sueños,
para que mi paso se acompase al tuyo.

Necesito tu mano,
para avanzar por los itinerarios del viento,
para que me guíe durante el camino de regreso,
para no retener la claridad de tu mirada,
para que cada instante sea eterno.

Necesito tu mano,
para que mi soledad sea compartida,
para que me escuches con atención conmovida,
para dar luz a mis callejones oscuros,
para que mis horas no se pueblen de polvo y ceniza.

Necesito tu mano,
para que seas la luna de mis noches y la sombra de mis días,
para renacer a la ternura desde el eco del tiempo,
para sentir juntos la fragilidad de la vida,
para conducir mis labios hacia el fervor del beso.

Necesito tu mano,
para deshojar con sosiego la flor de la existencia,
para recorrer unidos las sendas del asombro,
para sembrar mis jornadas de trémulas estrellas,
para soñar con tus caricias, mientras te espero.

Un día fui silencio

Un día fui silencio.
Formé parte de las primeras
moléculas de helio e hidrógeno.
Y me acunó el movimiento
de la expansión del universo.

Un día fui polvo sideral.
Me protegieron las estrellas
en sus vientres de magma y fuego.
Muchas de ellas explotaron
y me invitaron a viajar por el firmamento.

Un día sentí el calor, la leve luz del sol.
Fui escama, vientre, cerebro, sangre.
Y me adormecí en el ala del colibrí.
Soñé con los ojos cerrados
desde las profundidades abisales del océano.

Un día fui ternura.
Y me uní en un abrazo que acabó
de nuevo en explosión y dulce dolor.
Nací de un manantial, y desde altas cumbres
me fui deslizando por el río de la vida.

Un día sin días, ni tiempo, ni espacio,
fui la nada, estrechado ardorosamente por la nada,
deseando dejar de ser solo la nada.
Y fui. Todo fue. Y vi que todo estaba
espléndidamente encadenado.

Entonces nació de la nada un gesto.
Y fui sonrisa. Y palabra.

Todavía

Todavía quedan hendiduras
abiertas en el duro arrecife
de la existencia,
para que la horade el destello
de un diminuto halo de luz radiante,
su misiva y su horizonte.

Todavía crepitan las ascuas
que se mantienen ardientes
desde aquel eco inicial
en el hontanar de tu corazón,
en la inmensa profundidad
de tu diáfana mirada.

Todavía te acarician los labios
las olas de la sonrisa,
y permanece en el mar de fondo
la estela de la alegría.
Una vela nívea allá, en la lejanía,
te invita a mirar más lejos,
con los ojos húmedos ante tanta belleza.

Todavía conservas un puñado de arena tibia
que te sumerge en la realidad más transparente,
en este eterno y breve instante.
Arrojas al viento la cometa del deseo,
que surca los vientos y que, a veces,
juega ensimismada con la delicada caricia,
con la suave brisa de la felicidad.

Transidos de luz

En el profundo universo
de tus ojos
contemplo el polvo estelar
del que surgimos.

Los gases cósmicos
transformándose lentamente
en materia, estrellas ardientes,
conciencia, cuerpos que estallan
y se alejan.

De la esférica pupila azul
nacimos para encontrarnos,
energía que se transforma
en vida para permanecer,

manos transidas de luz
para acariciar
la piel magnetizada
por el deseo esencial.

Si no hubiera estrellas

El camino estaría iluminado
Por las breves centellas
De tu fuego y tu hado.

Si no hubiera plena luna
Mis pasos carecerían de horizonte,
Pero ni los frutos y sus cunas
Me harían olvidar nuestra estrella y su norte.

Cuántas noches teñidas de dudas,
Cuántas mañanas sembradas de auroras,
Cuánta piel abrasada de dulzura tan pura.

Cuánto deseo de seguir saboreando tu dulzura,
Cuánta pasión rescatada sin demora,
Cuánto dolor sanado con silencios y ternura.

Como pequeñas semillas

Cuando miras de frente al futuro
la noche se desvanece,
cuando alzas el rostro y la cabeza
sepultas esa noche gris cenicienta.

Cuando tus manos se alzan
en grácil vuelo
el mundo se tiñe de colores vivos.

Cuando las semillas ahondan
en el corazón
dan un fruto diferente,
desconocido.

Cuando sonríes, los silencios
empapan todas las lágrimas.

Cuando aún tenemos tiempo
igualamos los resaltes
y derribamos los muros.

Cuando los sueños vuelan
sobre las alas del viento
se borran las distancias
y las diferencias.

Cuando alzan la vista y la mantienen
tienen ganada la batalla.

Cuando en una guerra contra el odio
se crean tácticas y estrategias conjuntas
suele ser prácticamente
segura la victoria.

Cuando estrechas contra tu pecho
unas lágrimas, una sumisión,
una depresión, un silencio
se vuelve a recobrar la esperanza.

Cuando no te importan las fronteras
ni sellas visados, ni te diferencia la piel,
ni las palabras, ni la cultura,
el corazón se alza libre y caudaloso.

Cuando siembras cada día
con confianza y miras al cielo
y abonas la tierra
el fruto llegará abundante.

Cuando tu alma se contagia
del dolor o la alegría de los demás
contraes la enfermedad
de la ternura.

Cuando sientes en tu interior
alumbrar la vida,
cuando la acunas y la acaricias
descubres el inicio amoroso
del universo.

Elegía

Hay muertos que,
por algún misterio insondable,
sentimos que no podrán
morir nunca,

que siguen alimentando
su propio aliento,
el que nos llega portando
el dolor y la ausencia,
la sinrazón, el odio,
el fuego desmedido y brutal.

Tu herida sigue sangrando,
en tantas heridas,
en este mundo de la exclusión,
en esta noche que derrama
tantas lágrimas, y nos muestra
de manera no virtual,
más la muerte, que la vida.

Caminamos por sendas
siempre nuevas,
las que tus mismos pasos recorrieron,
caminos que abandonan
los asuntos más superficiales
por adentrarse en el corazón,
redes, resquicios, destellos
que iluminan y reencienden
cada amanecer.

No se nos olvidará jamás tu muerte,
ni la de millones de abejas
que sembraron tanta vida
en los surcos con el abono
de la sangre, del amor, de la utopía.

Nuestro perdón está arbolado
de presencias,
y en la cruz de la moneda
la justicia y la memoria.

Muchos corazones se han abierto
a tus poemas sedientos de amor,
hambrientos de futuro,
cargados de piedras firmadas
con millones de nombres.

Hoy te recordamos,
besamos con tus palabras,
soñamos con tus poemas,
escarbamos en el sentido
oculto que viene cargado de futuro,
tu propia vida.

Y así, desenterrándote tan vivo,
con los ojos abiertos,
como aquél que revivió
a la sombra de la higuera,
aquél que, como tú,
sentía cualquier dolor
en cualquier lugar del mundo,
como suyo propio.

Has alegrado tantos rostros,
has reencendido tantas oscuridades,
has abierto tantos senderos
con el río de tu sangre,
nos has enamorado
bajo la luz de la luna y tu sonrisa,

que nadie nos va impedir que
sigamos hablando, conversando,
compartiendo,
las mil desventuras humanas,
la esperanza y la alegría
de haber conocido a un hombre puro,
sencillo y vitalmente apasionado,
y hablarte de muchas cosas más,
compañero inolvidable,
y aún más, hermano nuestro
y de todo el género humano.

Me estoy acostumbrando a ti

Me estoy acostumbrando
a disfrutar de la risa,
de la paz del instante,
de la pasión inesperada.

Me estoy acostumbrando
al paciente silencio
a la tristeza y su melancolía,
a la noche y su tenue luz.

Me estoy acostumbrando
a la caricia relajante,
a la huida sanadora,
al abrazo inesperado.

Me estoy acostumbrando
a brindar la palabra precisa,
a buscar el momento oportuno,
a saber esperar la brisa.

Me estoy acostumbrando
a recibir con serenidad
la ira o tu aliento,
el júbilo o la contrariedad,
la plenitud o la sequía,
el hambre o el deseo,
el mar o las gotas de rocío,
la herida o la dulzura.

Me estoy acostumbrando
a vivir el instante,
a no soñar más que un solo sueño,
a solicitar un respiro,
a mirar el horizonte de tu mirada,
a recuperar la sonrisa,
a disfrutar la suavidad
de tu espalda,
a sentir únicamente
lo que puedo palpar,
a anhelar, como máximo,
el amanecer o el día de mañana.

Me estoy acostumbrando
a no saber qué va a ocurrir
más allá del horizonte de este día
en el que nos besamos
y nos olvidamos de agradecer.

Me estoy acostumbrando
a la agridulce incertidumbre.

Me estoy acostumbrando a ti.